"En Canarias no hubo guerra ni violencia republicana, pero la represión franquista fue exactamente igual de salvaje”
Sobre el tablero de Tefía se asienta un inmueble que hoy es un centro dedicado principalmente al ocio, la cultura, la investigación… pero que décadas atrás fue un símbolo de los instrumentos de represión franquista.
Fuerteventura Digital recorre el patio del Albergue de Tefía junto a Carlos Hernández de Miguel, periodista de raza curtido en mil batallas, como corresponsal de guerra –estaba en el Hotel Bagdad cuando el ataque de un tanque estadounidense se llevó por delante la vida de José Couso en la Guerra de Irak-, reportero de Antena 3, periodista político, o como investigador y escritor experto en la memoria democrática española.
Es esta última faceta suya la que lo ha traído a Fuerteventura, para participar en las jornadas ‘Los retos del siglo XXI: Geopolítica, racismo y memoria democrática’, organizadas desde la Concejalía del del Ayuntamiento de Puerto del Rosario, y coordinadas por el periodista majorero Eloy Vera, en las que expuso los detalles de su último libro, Los campos de concentración de Franco.
Colonia Penitenciaria de Tefía: homosexuales, hambre, maltrato...
Hernández de Miguel fotografía los muros del albergue, los compara con las imágenes de su archivo. No hay nada donde lucía el cartel de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, que estuvo en funcionamiento entre 1954 y 1966, “veinte años después de terminar la guerra, y eso demuestra que la represión fue igual de dura durante todos los años de la dictadura, y de hecho, hasta la misma muerte de Franco”.
¿Y para qué habilitó este espacio el régimen? Responde el autor que “el Diario de la Falange, aquí en Fuerteventura, decía que aquí iban a encerrar aquí a parásitos. Lo digo textualmente, sujetos indeseables que atentan contra la convivencia”.
En qué se traduce esa definición “es muy difícil de definir”, prosigue, porque había desde indigentes, personas con problemas psiquiátricos, alcohólicos… Los delincuentes y criminales iban a prisiones comunes.
Y da una clave cuando explica que “en 1954, Franco cambia la Ley de Vagos y Maleantes, e incluye también a los homosexuales, por el mero hecho de serlo. De los entre 300 y 400 presos que pasaron por la colonia en esos doce años, “podemos dar por cierta la cifra de que un 10%, entre 30 y 40 personas, fueron los homosexuales que pasaron por aquí”.
Según los testimonios directos de los supervivientes, asegura, la primera etapa de Tefía “fue absolutamente terrible".
"Se comían hasta los excrementos de las cabras, literalmente, porque no tenían para comer”, relata Hernández.
“Algunos de ellos pasaban tanta hambre, que se habían obligado a prostituirse con los guardianes para obtener una reacción extra de comida”.
Es una afirmación que contrasta con testimonios de vecinos de Tefía, guardias y familiares de la colonia, que en otras investigaciones y entrevistas hablan de cierta normalidad, recordando cómo jugaban al fútbol con los presos, se encontraban con ellos en misa… A ello, Hernández responde que en la etapa final de la colonia podrían haberse relajado las condiciones, y que esos testimonios se deben “poner en cuarentena, porque pueden ser una visión parcial”.
“Los prisioneros normalmente tienen distintos regímenes. Es decir, hay prisioneros que son mejor tratados y que están en unas condiciones, y otros que están en unas condiciones mucho peores”. Asegura que “debemos atenernos a la documentación y las fuentes", los testimonios de los de los propios prisioneros que hablan de "la situación esquelética en la que vivían algunos de ellos, los malos tratos, el hambre, la sed…”.
Cinco campos de concentración franquista en Canarias
El primer campo de concentración franquista abre sus puertas el 18 de julio de 1936, “un día después del golpe de Estado”. Y es precisamente aquí en Canarias, donde se habilita el primero de ellos. Hasta 1947, “contamos con unos 300 campos de concentración repartidos por toda España”.
Durante todos esos años, según ha investigado el periodista, hubo “unos 150.000 asesinados, y cientos de miles, se ha dicho que cerca de un millón, pasaron por campos de concentración franquistas, y decenas de miles por cárceles”.
“Estos 300 campos de concentración eran oficiales, no es un término subjetivo. Eran así definidos por el ejército franquista”.
A estos complejos, el régimen enviaba “fundamentalmente prisioneros de guerra del ejército republicano capturados”. “Pero en lugares como Canarias, donde no hubo guerra, enviaban a esos republicanos que, de alguna manera, no consideraban tan peligrosos como para asesinarlos o meterlos en prisión”.
“Los mandaban aquí para hacer trabajos forzados, reeducarlos, lavarles de alguna manera el cerebro, convertibles al catolicismo... Y sobre todo, no podemos olvidarlo, para reprimirlos, que sufrieran, que pagaran el hecho de haber sido demócratas y oponerse a la sublevación golpista”.
En Canarias, el primer campo de concentración abre en La Isleta, en Las Palmas de Gran Canaria, en julio de 1936. Aunque en 1937, “eran tan malas las condiciones de vida, los asesinatos, los malos tratos, que los militares empezaron a preocuparse. Entre la población civil de Las Palmas pues había malestar”.
“Entonces, decidieron cerrar ese centro, y llevarse los prisioneros a un lugar alejado. Ahí nace el segundo campo de concentración en el Lazareto de Gando”. En paralelo, en Tenerife, abre un campo de concentración en Los Rodeos, a finales de 1936.
Y los dos últimos, son considerados campos de concentración tardíos, que se dedicaron entre 1958 y 1959 a confinar a prisioneros marroquíes capturados en la guerra de Ifni. Uno estuvo en La Isleta, y el otro en Puerto del Rosario, de nuevo en Fuerteventura.
A lo largo de la entrevista, el periodista detalla cómo “el plan de exterminio de los republicanos era premeditado. Esto no es una opinión”, dice citando la documentación existente, entre ellas, las proclamas del general Mola.
Y esto es especialmente patente en lugares como Canarias, asegura, “donde no hubo ningún tipo de violencia republicana, y sin embargo la represión fue exactamente igual de salvaje”.
Los cimientos de “una democracia basada en la mentira”
Carlos Hernández hace un esfuerzo por defender sólidamente los principios de la recuperación de la memoria democrática. Él llegó al tema al descubrir que un tío suyo estuvo en el campo de concentración de Mauthausen. Fue uno de los casi 9.300 españoles y españolas que pasaron por los campos nazis.
“Esto no me lo contaron en el colegio. Me cabreó muchísimo. Yo no pude preguntar a mi tío por su sufrimiento, darle un abrazo, y decirle también gracias por luchar contra los nazis”. Eso fue “lo que me llevó a mi primer libro, Los últimos españoles de Mauthausen, donde pude entrevistar a veinte españoles supervivientes del nazismo cuando estaban vivos”, entre hasta un centenar de testimonios recabados.
Sobre el debate en torno a la memoria democrática, en el que según la orientación política de quien hable, se alimentan discursos frontalmente opuestos, Carlos Hernández lo tiene claro:
“Nuestra democracia tiene un problema, y es que sus cimientos están basados en una mentira, porque cuando se produjo la transición, se decidió no mirar hacia atrás”. Pero “dejar las cosas como estaban, significaba dejarlas como las había dejado Franco. Falsificadas”.
“Las brutalidades que se cometieron en la zona republicana durante el período de guerra hay que conocerlas. Hay que conocer el horror que ocurrió en Paracuellos, por supuesto”.
Pero todo eso, “no puede justificar ni el golpe de estado previo, que fue el que provocó toda la situación de violencia que se generó durante la guerra, y muchísimo menos la represión durante esos tres años de guerra, y cuarenta años de dictadura en que nos secuestraron las libertades a todos los españoles y españolas”.